lunes, 4 de abril de 2011

Las manos sobre la mesa y dije las dos!...Atentos a la conversación y asegúrese de haber cubierto sus piernas con la galantosa servilleta de género. Las cosas simples y cotidianas raras veces se cuestionan; pocas veces nos preguntamos acerca del origen de éstas, asumiendo, de una u otra forma, que sus orígenes han sido el desencadenamiento lógico de la creación de “otro” o de “algún fenómeno”, pero que por algún motivo y de la nada han aparecido para facilitarnos (en la mayoría de los casos), nuestra existencia. Y muchas veces esto me ha ocurrido a mí. Hasta que un día... bajo circunstancias especiales investigué. Entonces fue que supe que el tan maravilloso invento de la servilleta había surgido ni más ni menos que de la cabecita de Leonardo da Vinci. Ese personaje del cual mucho se escucha no tan sólo en clases de Historia, sino que en la de Física, de Arte, de Música, Arquitectura.
Pero bueno, entre tantos aportes, digamos que el más reconocido en nuestra cotidianidad resultó ser este trozo de papel que miro debajo de un pan suavemente amasado.
Todo por culpa de un mantel; todo por la inoperancia Real de un señor Ludovico. Fue Da Vinci quien se dio cuenta, que luego de cada banquete, la mesa de su “señor” se asemejaba un campo de batalla...lleno de despojos y más manchado que cualquier intento impresionista por retratar un pasaje campestre medieval. Sin pensarlo dos veces (como si tuviese que hacerlo), dio en la solución: que cada tuviese su propio paño (algo así como su propio mini-mantel). De esta forma, ya nada importaría qué uso le dieran los invitados a su pieza personal.
Los comensales experimentaron in situ este sentir y actuar desparatado, llegando a sentarse sobre estos trozos de géneros. No se comprendía entonces su uso y tampoco existían las reglas protocolares que dijesen como usarla de la mejor forma y con la máxima elegancia. Paradójicamente, en el siglo da Vinci se desconocía sus formas de uso... hoy: todos tenemos a manos un catálogo de buenas costumbres; no obstante, actuamos de la misma forma que esos hombres que (a gritos) pedían ese gran trozo de género sobre el cual estaban dispuestos los manjares.
Señoras y señores... la servilleta había quedado establecida y hoy, pasa en el suelo, pero agradecidamente usada. Así que usted, si es que ha terminado de devorarse el jugoso chacarero que tiene sobre la mesa... deje la servilleta al lado derecho, ligeramente arrugada, y nunca doblada... no hay peor necio como aquel que pretende hacer creer que una servilleta jamás utilizó.

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